El ciudadano tucumano promedio es, en esencia, un personaje de extremos, forjado por el calor, el azúcar y una historia de pasiones intensas. Su identidad es una dualidad constante donde sus mayores virtudes son, a la vez, la raíz de sus defectos más marcados. Es social y “amiguero” por naturaleza, capaz de una generosidad y lealtad incondicionales hacia su círculo; esa misma lealtad, sin embargo, se deforma en un corporativismo de clan casi mafioso, donde el “acomodo”, el nepotismo y la protección de los propios están por encima de la ley o la meritocracia. Su famosa pasión, que lo convierte en un defensor ferviente de sus afectos y de su tierra -la Cuna de la Independencia y la patria del sánguche de milanesa-, es la misma “sangre caliente” que le alimenta la mecha corta. Esta impulsividad normaliza la violencia cotidiana en el tránsito, en la cancha y en la discusión, haciendo de la agresión una respuesta demasiado frecuente ante la frustración. El ingenio del “buscavidas”, esa habilidad admirable para resolver problemas con lo que tiene a mano, es la contracara de la “viveza criolla” que lo lleva a transgredir sistemáticamente las normas, convencido de que las reglas son para otros. Su profundo orgullo provincial, fuente de una identidad inquebrantable, a menudo se convierte en una soberbia que le impide la autocrítica y genera un desprecio por lo que viene de afuera. En definitiva, el tucumano es un ser contradictorio: solidario pero individualista, quejoso pero resolutivo, cálido en el trato personal pero feroz en el conflicto anónimo. Un cóctel de luz y sombra, imposible de entender sin aceptar que cada una de sus facetas es, inseparablemente, la cara y la cruz de la misma moneda.

Esta descripción del homo tucumanus es el resultado de darle instrucciones claras (promptear) a la versión pro de Gemini, la inteligencia artificial de Google. A simple vista, la aplicación parece reflejar con bastante acierto, al menos en parte, las particularidades de quienes nos criamos en esta tierra.

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Caracterizar a través de estereotipos viene a tono con el debate que generó la película “Homo Argentum”, una colección de 16 retratos satíricos encarnados por Guillermo Francella que atraviesan varias capas sociales y culturales del país. “Cada historia es una cápsula narrativa que expone una tensión: el oportunismo elegante, la doble moral de clase media, la idolatría futbolera, la aspiración consumista, la corrección política sobreactuada, la cultura del canuto, la mafia de la amistad o el arte de hacerse el boludo. Lejos de querer definir lo argentino, la película se sumerge en ese imaginario incómodo que todos reconocemos, aunque preferimos negar”, reza la sinopsis del filme.

Lo viejo sirve

Fue el propio presidente, Javier Milei, quien politizó la película: la vio con funcionarios y diputados, conversó con Francella y, según trascendió, los directores se la habían acercado antes del estreno. El debate cultural se transformó en un San Martín-Atlético, donde “Homo Argentum” fue asociada a una visión de derecha frente a la reivindicación de “El Eternauta” como ícono de la izquierda. En medio de ese intríngulis cultural y político, como siempre, está la lucha por los votos.

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Pocas veces las elecciones de medio término tuvieron la relevancia que tendrán las del próximo 26 de octubre, o al menos pocas veces los líderes políticos se mostraron tan preocupados por imponerse. Analistas consultados por LA GACETA coinciden en que este todo o nada obedece a varios factores, pero el principal es la supervivencia en el poder. Milei sabe que su modelo es resistido y necesita un triunfo que ratifique el rumbo y le dé aire para soñar con un segundo mandato. El peronismo, por su parte, descendió a la “B” y esta es su primera gran chance de clasificar para volver a la “A” en dos años. Quizás eso explique que su amplio espectro ideológico haya podido conciliar en una misma lista a corrientes tan diversas como el massismo, el kirchnerismo y vertientes conservadoras. El caso de Juan Manuel Urtubey en Salta es un botón de muestra.

Bien extraños

Tucumán no fue la excepción. El gen político local demuestra que casi todo es posible, como reunificar en una misma boleta a Osvaldo Jaldo con Juan Manzur, con Javier Noguera y con los hermanos Yedlin. Los dos primeros se lanzaron dardos de todo tipo, en especial desde las sombras, con el cese de contratos manzuristas de por medio. Con Noguera, la tensión escaló hasta las amenazas de judicializar la puja por los recursos de Tafí Viejo. Y Pablo Yedlin, por su parte, no era invitado a un acto oficial desde hacía más de un año. Ahora, todos caminan juntos con el objetivo de “impedir que los libertarios pongan un pie en Tucumán”, como sentenció el gobernador. Un detalle revelador: desde el entorno íntimo de Cristina Fernández le pidieron al diputado Yedlin sus datos personales para que la Justicia autorice su visita. Al parecer, la jefa del PJ quiere un reporte directo de cada provincia sobre el cierre de listas, y en Tucumán había pedido unidad. ¿Será Yedlin, y no Manzur, quien le dé el “misión cumplida”?

Tralalero tralalá

Para el homo tucumanus hay permitidos e imperdonables, pero no existen las medias tintas. Jaldo, por lo pronto, confía en que su arriesgada apuesta por la candidatura testimonial pasará a un segundo plano frente a lo que considera una buena gestión, avalada por una parte importante de la sociedad. El gobernador cree que su fortaleza territorial y la dispersión opositora le permitirán disimular su doble rol de gobernador y candidato. ¿Le alcanzará?

Los nombres de Jaldo: acuerdos “imposibles”y un pie en el 2027

Por el lado de los libertarios, la ecuación es similar en su lógica de marca. Los partidarios del Presidente optaron por la ideología “anticasta” por sobre los nombres. La apuesta es lograr lo que hace décadas no se consigue aquí: vencer al peronismo. Ya lo hicieron hace dos años en una elección nacional y buscan repetir, con la mira puesta en que 2027 los encuentre desplazando del poder al justicialismo y sus aliados. Sin embargo, en la provincia del sánguche de milanesa no siempre caen bien los forasteros, aunque tampoco se glorifica demasiado a los propios. El ADN tucumano es más difícil de definir que el sabor de helado tralalero tralalá que se inventó en Italia.

Entre nuevos y desaires

Igual de complejo es comprender cómo la UCR, principal fuerza de Unidos por Tucumán, configuró su lista. A la cabeza está el indiscutido Roberto Sánchez, pero lo secundan figuras de bajo perfil. Referentes del centenario partido prefirieron no opinar o admitieron no entender la estrategia. En el medio, algunos argumentan que dirigentes con más peso habrían declinado la invitación de integrar la nómina. Alguno se habría “enterado” a último momento que era parte de la oferta electoral del frente.

¿El radicalismo carece de figuras? ¿De recambio? ¿O apuesta todo a la marca, como La Libertad Avanza, con la diferencia de que la del “león” está en alza y la de la boina blanca, en picada?

El cambiante tucumano promedio es capaz de ser estandarte de la lucha contra la dictadura en los 70 y de sentar a Antonio Domingo Bussi en el sillón de Lucas Córdoba 20 años después. Es el que primero critica, luego hace gobernador, después cuestiona de nuevo y finalmente glorifica al multifacético Ramón “Palito” Ortega. Es el que apoyó con cifras históricas al José Alperovich que muchos no se atrevían a confesar que votaban. Y es el que hoy apoya al Jaldo de “peluca” y mano dura, el mismo al que un sector del peronismo tilda de “poco justicialista” y que el votante no partidario admira por su perfil de centroderecha.

¿Para dónde irán los tucumanos en octubre, con boleta única, nuevos actores en escena y viejas estructuras dispersas?

Raros, bien raros somos los tucumanos.